IRMA

La última semana que estuve en casa de mi abuela vivimos una experiencia demasiada extraña, ¿por qué?, bueno, les explicaré: me encontraba tomando una siesta en el único sofá desgastado que existía en su casa, no tenía planeado hacerlo pero mi cansancio pudo más y me perdí. Cuando desperté eran las tres de la tarde y sentí un gran silencio, una paz inexplicable que en primer momento me asustó, es algo que no lograría explicar con detalle, era como si el tiempo se hubiera congelado.

Mi abuela tosió como siempre y dijo:

— Te estaba llamando… ¿por qué te cambiaste de ropa?

— Estaba dormida abue, no me cambié, ¿de qué hablas?

— Claro que sí, traías un vestido blanco y pasaste por el pasillo, te hablé pero no respondiste.

Después de lo que dijo me quedé helada y mi boca no pudo pronunciar una sola palabra, ella rompió el silencio y reafirmó:

— Te juro que vi pasar a un chica por aquí… ¿será que ya estoy loca?

Soltó una carcajada, me reí con ella y solo pude responderle:

— Ay abue, quizás fue un fantasma.

Ella rió fuertemente y me miró con ternura, jamás había sentido una mirada así, mi abuela siempre fue una mujer con cara de pocos amigos y la manera en la que expresaba su amor era diferente.

A través de la cocina nos mostraba lo mucho que nos amaba, ese día preparó caldo de camarón y nos sentamos a comer a la mesa. El sabor del caldo era distinto a lo que estaba acostumbrada pero no quise decir nada, ella, en cambio, sorbió un poco de la cuchara y me dijo:

— Me sabe muy raro esto, ¿a qué te sabe?

—No lo sé abue, a chipotle supongo…

— Ahhhhh que bruta… pues no llevaba chipotle.

Las dos nos miramos y nuevamente reímos, ese día en particular platicamos bastante y me insistió en que tendríamos que escribir las recetas y sus respectivos secretos en un cuaderno, yo sería privilegiada en escucharlos. Continuando la charla me apresuré a preguntarle sobre la extraña visión que había tenido y ella contestó:

— Tal vez fue un ángel.

Sin terminar aquél caldo tomó el plato hondo con las dos manos, recargó uno de sus codos en la mesa, con suma dificultad se levantó del asiento y caminó hacia la cocina. Eso la agotó bastante y sólo pudo decirme que se iría a descansar.

No sé por qué, pero me sentí afortunada de saber que por primera vez tendríamos un proyecto en que trabajar, toda la vida sentí que no era «la favorita». No era la favorita pero siempre me decía: ven, quiero preguntarte algo, no era la favorita pero me prestaba los libros que tenía en su librero, no era la favorita pero me encomendó escribir sus recetas secretas, no era la favorita pero fui la única que pudo probar ese último platillo. Como podrán darse cuenta, el tiempo se encargó de mostrarme lo equivocada que estaba.

Nunca la vi quejarse de nada, si algo odiaba a morir era a la gente quejumbrosa y siempre recalcaba: No confío en la gente que se queja de todo y sobre todo en la que habla bajito… una tiene que hablar fuerte y claro, sino ¿cómo van a escucharte?

Ella sufría del corazón, tenía grande el corazón… ¿Qué puedo decirles yo? fue mi abuela. No pude decirle lo mucho que admiraba la gran fortaleza que poseía, lo mucho que amaba las sobremesas con ella oliendo el tabaco que salía por sus labios, extrañando sus seductores relatos de profesora justiciera, extrañando el abrazo con el que se despidió.

Abue, que fuerte fuiste.

Quiero ser como tú.

lubaalovee

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Irma

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