OCTUBRE

Octubre siempre ha sido de esos meses inolvidables; amargos, fríos, torturantes para el alma porque extiende la desdicha e infortunio que nos deja la melancolía de meses pasados.

Octubre anticipa finales y catástrofes, tal y como ocurrió aquel número dos del calendario; ese día, amores que prometieron volver jamás regresaron, hubo ideales torturados y olvidados en el suelo de la plaza, se esfumaron corazones, se desvanecieron pies y manos, la vida dejó de existir. Cuarenta y siete años después volvió a suceder, en ese mismo lugar se elevaron mil suspiros, sabiendo que tal vez sería el último encuentro.

Todo se quebró y en mil pedazos huimos de ahí.

Habíamos acordado vernos en la plaza, para ser sincera no sé porque escogimos ese lugar, quizás si hubiera puesto más atención a las señales en este momento no estaríamos separados. ¿Cuáles señales?, bueno, un espacio que alberga sangre, masacre y destrucción en su interior no es buen augurio.

Dicen que quien no conoce su historia está condenado a repetirla una y otra vez, en este caso nosotros teníamos una bastante desgastada y aunque la conocíamos muy bien volvíamos a repetirla. Cuando uno está enamorado no conoce de historias, reglas o razones, al menos en mi caso, así lo era.

Tenía bastante tiempo que no nos veíamos, éramos un amor de secundaria que en eso se quedó, en secundaria. Cuando comenzamos jamás imaginamos que cada una de nuestras almas quedaría atormentada por no poder concretar en paz lo que sentíamos. Yo era estresante y potente como un relámpago iluminando una noche de tormenta; él era liviano, fuerte como un viento huracanado que va y viene por doquier y a su paso sólo deja destrucción.

No había razones para estar juntos, no compartía mi forma de pensar, no era como yo, no teníamos nada en común, mis papás lo despreciaban y los suyos ni siquiera supieron de mi existencia… no había nada, sin embargo sentíamos todo.

Esa separación ya estaba escrita desde el comienzo; lo que pasó ese día solamente fue la confirmación, la sentencia, la muerte de todo.

Llegué temprano a la hora y lugar de la cita, eran las cuatro de la tarde del dos de octubre. Mis manos sudaban y me hacían pensar que cualquier persona podía darse cuenta de ello aunque estuviera varios metros alejada de mí, el cuerpo también me temblaba y por momentos me sentía poseída por aquella fuerza extraña que solemos llamar amor. Sí, estaba ilusionada, pero no podía engañarme una vez más, no sabía si él sería el mismo, bueno, al menos yo no lo era.

El amor roba, sí, roba lágrimas, pensamientos, sentimientos, corazones, sudor, piel, almas.

Mientras caminaba hacia la plaza no podía dejar de ver la increíble iglesia de Santiago Apóstol, desde pequeña sentí fascinación por ella y los poderosos muros que la construyen, desde esa mirada de niña podía ver que el campanario se elevaba hasta el cielo, como si Dios no quisiera que nadie penetrara ahí, quizás aquél dos de octubre del sesenta y ocho también ocurrió porque Dios lo quiso así.

Al final del camino un par de chicos adornaban la plaza, pero ninguno de ellos era el mío. Mi cara se tornó ansiosa y pude sentir que algo caía en mi interior, en ese momento no lo entendí, pero al cabo de una hora lo supe. Decidí sentarme a esperar frente a la columna que se levantó en honor a los caídos del dos de octubre y así pasó una hora.

La gente se movió. Ninguna llamada, ningún mensaje, ninguna alerta… nada. El cielo comenzó a oscurecer y en cuanto cayó una gota sobre mi rostro subí la mirada y leí en la columna ¡Adelante!

Sobra decir que él nunca llegó.

lubaalovee

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